Autora: Marta Jasbon – martajasbon@hotmail.com
Todos los días pasa frente a mi casa Evaristo, empujando su carretilla destartalada, tocando un pedazo de bronce con un palo, como si fuera una campana, recogiendo chócoros viejos para cambiarlos por vasos, vajillas, platos y juguetes de plástico. Desde la ventana lo oigo y lo veo tan simpático y familiar cuando canta: “¿Dónde están sus chócoros viejos, vidrios y metales…? ¿Dónde están sus chócoros viejos, vidrios y metales…?”. Y a Tomás le encanta salir a la calle para ver lo que trae. Es muy conocido en el barrio los niños, porque hacen grandes negocios con él. Lo curioso es que no recibe dinero, tiene que ser en trueque.
–Mami, dame algo para Evaristo.
–Tomás, no tengo nada, todo aquí es nuevo.
–Mami, el tapete de mi cuarto o la lámpara…
–¡No!, ni más faltaba, si lo compramos el año pasado.
–¿La plancha?
–Si está buena…
–De la cocina algo, mamita.
–Nada tengo.
-Ya sé, la cantina de la leche, ya no la usas.
–¿La cantina? Si la voy a pintar para ponerle flores…
–¡Ay, mami! Dámela, ¿sí?
–Ven, ven te muestro el barquito tan lindo que tiene Evaristo, ven acompáñame, mami.
Y salen a la calle para ver el barquito.
–Evaristo, ¿me tienes guardado el barquito?
–Sí, claro, yo tengo palabra. Desde hace quince días lo he apartado para ti.
La algarabía de Tomás es tan grande que se enteran todos los vecinos.
–Mira, mami, ¡mi barquito!
Y traigo a mi memoria las historias interminables que me contaba mi abuela, cuando en las plazas del mercado de los pueblos, los campesinos traían sus gallinas, ovejas, cerdos, las verduras, en fin, todos los productos que producía la tierra para hacer trueque con ellos.
Y Tomás me despierta, con una sonrisa y una afirmación de cabeza, y sale corriendo a traer la cantina para dársela a Evaristo.
Tanto había anhelado ese barquito que fue el primer negocio de su vida.
