DESPEDIDA

NOS ESCRIBEN
Autora: Marta Jasbon – martajasbon@hotmail.com

Había tanto revuelo y emoción, desde hacía muchos días. Los preparativos de la boda fueron minuciosos. Que no faltara el tapete rojo en la iglesia, los aretes prestados de la tía Matilde, la música programada pomposamente para que la entrada de la novia fuera no sólo impactante para mí, sino para todos los asistentes.

El ensayo fue maravilloso, cuarenta y ocho pasos contados y aunque no me puse el vestido de novia, fue tal la emoción que sentí que todos lloramos.

Las invitaciones repartidas, pero siempre me olvidé de mandar la de Toño, mi mejor amigo de la infancia, el compañero con el que hacíamos travesuras y nos divertíamos tanto, como la vez que repartimos bolsitas de pimienta negra en la iglesia y saboteamos la misa, porque toda la gente no paró de estornudar… ¡Qué tiempos!

Se me había olvidado mandar la invitación a Toño, no era posible que él no estuviera en mi boda. Nos habíamos distanciado desde que me ennovié con Alfredo y no lo volví a ver en todo ese año.

Alfredo venía a verme los fines de semana, porque estaba haciendo su internado en Choachí y las visitas eran en casa, muy formales, gran atención para él, mi mamá se lucía con comida espléndida y él feliz, se iba muy bien comido ese fin de semana. Los de mi casa fueron los que atendieron a ni novio, sólo muy pocas veces salimos a bailar o a un restaurante, porque no teníamos plata para gastar.

El noviazgo con Alfredo fue tan bien organizado los fines de semana, que el año se nos fue rápido, esperando terminar el internado y casarnos enseguida.

A Toño, por lo tanto, no lo volví a ver y fue ese día de la boda, en que todo el mundo se alistaba con afán y egoísmo, mi mamá fue al salón de belleza, después a llevar las flores a la iglesia con mi papá, y mis hermanos no sé por qué se olvidaron de mí. Cuando me vine a dar cuenta, estaba vestida, lista, pero sola, todos se habían ido y fue cuando se me ocurrió llamar a Toño y decirle que me acompañara a mi boda.

Lo llamé por teléfono y, afortunadamente estaba, le dije que me acompañara y aceptó.

Cuando llegó a mi casa, pitó como de costumbre; fue tan familiar que bajé las escaleras tan rápido que por poco me enredo con la cola del vestido, que no sabía manejar. Abrí la puerta y él se quedó asombrado, la novia era su Monita y me sentía como tantas novias; deslumbrante. Le di la mano y me llevó al carro sin decir palabra, me miraba extraño y me senté adelante. Íbamos por la 72 con 5a., cuando de repente dice: ¿No te gustaría despedirte de la ciudad allá en el mirador?

No esperó mi respuesta y con una inesperada vuelta, nos vimos camino del mirador, punto de reunión de todos los paseos.

No tenía miedo, me pareció una despedida emocionante y atrevida, como era con Toño, mi amigo, me sentía a gusto. Con Toño me reía, jugaba, bromeaba, y no teníamos secretos, era un amigo de verdad. Nos conocíamos bien y sus pensamientos eran en voz alta y los míos también, no teníamos que medir las palabras y no nos disgustábamos por nada. Toño no me ofendía ni yo tampoco, nos tratábamos mejor que hermanos.

Ya en el mirador, yo vestida de novia y el de blue jeans, nos echamos a reír, nos parecía la última travesura, qué extraño, yo de novia y él informal, me miraba con coraje y me dijo:

–Yo te conozco más que Alfredo, ¿no es así? Y tú me conoces más a mí, estoy seguro. Y no tuvimos la oportunidad de amarnos, somos grandes amigos, pero yo te amo y te haré feliz, ¿lo crees mi Monita?  ¿Qué dices, no tienes miedo verdad?  Haremos con nuestras vidas una fiesta eterna y viviremos día a día como lo que somos, dos seres destinados a ser el uno para el otro, inventaremos cómo amarnos. No quiero perderte hoy. Deseo cuidarte por el resto de nuestras vidas , disfrutándonos y amándonos….

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