Autora: Marta Jasbon – martajasbon@hotmail.com
En el sofá estaba plácida Adela. Contagiaba el éxito de su última cátedra y a través de sus ojos me invitaba a pasar al paraíso completo de su universo real. ¡Qué plácida Adela!
No quería dejar pasar la hoja de papel en blanco donde quedara atrapado su encanto. El dibujo quedó fantástico y entre luz y sombra, la mejor sonrisa de ella la pude plasmar a mi manera.
Todo el que visitaba la casa de Gustavo se sentaba en el sofá; a las cinco de la tarde un resplandor entraba por la ventana y envolvía de magia al modelo de turno. Vicky y Efraín, Fanny y su hermana Laura, Pepe y su novia, Rebeca, Luz Helena, Diego y tantos más. Desfiló media universidad, alumnas nuevas y viejos amigos, todos ganaron boceto, pero el de Adela fue el primero y tal vez el mejor.
Llegó también de visita la novia de Gustavo, con quien se va a casar, y se sintió intimidada por la galería de dibujos expuesta sobre la pared. Se sintió ajena en el ambiente y su objeción fue lanzar dardos a Gustavo, dañando la cordialidad de los preparativos (o de la relación).
¿Por qué estaba allí Adela, iluminando la fila? Yo quise dar algunas explicaciones –ya que soy un huésped de Gustavo– y evitar el disgusto entre ellos; me sentí sorprendido y alcancé a oler el humo del fuego que se avecinaba.
Quise hacerle su boceto, pero del ardor que tenía ella, se me hubiera quemado el papel.
Los tiempos fueron vertiginosos y en par días el retrato de Adela (ella inocente y ausente de todo) fue el florero de Llorente que rompió la boda.
Y Adela, plácida, sigue tan campante…